Parece claro que las consecuencias más directas de la crisis del coronavirus han quedado atrás. Los datos sanitarios, francamente alentadores, han permitido la normalización casi total de los hábitos sociales, así como el levantamiento de las restricciones de actividad en todos los sectores económicos. Puede concluirse que, por fin, ha llegado la normalidad sin apellidos.

No obstante, el retorno a la normalidad no significa un retorno en el tiempo. Aunque el fin de la práctica totalidad de las medidas sanitarias parezca sugerir el regreso a la vida anterior a 2020, las circunstancias del mundo actual tienen poco que ver con las de entonces. El bienio del coronavirus ha supuesto un periodo de cambios a marchas forzadas, algunos de los cuales se revertirán, muchos se modularán y otros se consolidarán. Pero no cabe duda de que la transformación de la realidad ha sido rápida y profunda.

Por ello, la retoma de la normalidad en las organizaciones exige dedicar tiempo y recursos a identificar y valorar estos cambios. Son muchas las variables que se deben tener en cuenta, pero a la vista de lo vivido y analizando el nuevo escenario, en Fundación PRODE se afronta el futuro bajo tres premisas fundamentales.

La primera y la más importante de ellas es muy clara: la confirmación de que el factor humano es la clave de todo. Son las personas, con su compromiso y profesionalidad, las que han permitido superar circunstancias verdaderamente muy difíciles, abrumadoras en algunos casos. El conjunto de profesionales de Fundación PRODE y del resto de entidades del sector ha dado ejemplo de que, por muy graves que sean las dificultades, no hay reto que no se pueda superar si se actúa bajo la inspiración de un propósito potente, claro, que ilusiona y empuja frente a la adversidad. Esta crisis no la ha resuelto la tecnología, sino la contribución diaria, constante y comprometida de cada profesional.

En segundo lugar, Fundación PRODE va a apostar por redoblar su compromiso con la transformación de los modelos de actuación. A la vista de lo vivido durante la pandemia, ha surgido la necesidad urgente de reflexionar sobre los derechos de las personas que viven en entornos institucionalizados, y cómo repensar o superar estos entornos. La crisis sanitaria ha requerido de medidas que han restringido los derechos de toda la ciudadanía, pero estas medidas han sido mucho más duraderas y mucho más intensas en el caso de colectivos que viven en residencias, o en entornos más o menos institucionalizados. Superado lo más grave, es el momento de apostar con ambición por poner aún más en el centro a la persona, con sus deseos, preferencias y expectativas, en entornos normalizados donde pueda desarrollar un proyecto de vida independiente que garantice la igualdad de oportunidades y el ejercicio efectivo de los derechos.

En tercer lugar, se hace necesario intensificar la actividad de planificación y control. Las nuevas circunstancias obligan a planificar a muy corto plazo por la volatilidad del entorno actual, presidido por la crisis energética y de materias primas, la escalada inflacionaria y el conflicto bélico en Europa oriental. Este escenario obliga a todas las organizaciones, sean del sector que sean, a ser más eficientes para poder seguir adelante. En un contexto como este, los mecanismos de control y el seguimiento de los indicadores clave son fundamentales, porque es de vital importancia detectar aquellos cambios súbitos que pueden romper el equilibrio de cualquier actividad.

En todo caso, es evidente que no corren tiempos fáciles, pero no existe ninguna época que no plantee sus propios retos. La superación de las dificultades de los últimos dos años, especialmente graves, confirma que, con profesionalidad, ideas y compromiso, el camino no se detiene. Tras la pandemia, el camino continúa.

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