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Mi nombre es Isabel Serrano, y nuestras vidas, la de Javi y la mía, están unidas desde el momento en el que nació Javi. Fue prematuro, nació en el octavo mes de embarazo, lo que empezó con un dolor de tripa, que ni en el hospital sospecharon que pudiera estar de parto, se convirtió en un parto muy largo en el que ambos sufrimos mucho. Sus primeros 40 días los pasó en la incubadora, solo podíamos verlo un rato a través de una ventana, fueron 40 días de ir y venir hasta que nos permitieron llevarlo a casa. En el viaje del hospital a casa me di cuenta que Javi no abría la mano izquierda. A los días volví al médico, me dijeron que con el tiempo la abriría, sin necesidad de nada más que una férula. Yo me di cuenta que esperar a que se solucionase solo no era el camino, así que desde que era un bebé empecé a moverme y llevarlo a las terapias. Estaré siempre agradecida al doctor Cruz y su equipo, pues en aquel momento me ayudaron y orientaron. Íbamos tres veces en semana a las terapias, y además en casa yo hacía con él todos los ejercicios que nos recomendaban. A los cuatro años comenzó el colegio y a los 9 años decidimos que ir a un colegio de educación especial era una buena opción para que pudiera alcanzar su máximo desarrollo a todos los niveles. A los 19 años, terminó el colegio y desde allí nos recomendaron buscar trabajo, y así empezó a trabajar vendiendo cupones. He de confesar que, al principio, dejarlo solo en la puerta del mercado me preocupaba, así que durante años, todas las horas que él pasaba en la puerta del mercado yo las pasaba en un lugar cercano para asegurarme de que estaba bien.

Nosotros en aquel momento vivíamos en Barcelona, porque aunque mi marido y yo somos de Pozoblanco, desde muy jóvenes nos fuimos a trabajar allí. Cada año volvíamos a pasar una temporada a nuestro pueblo durante el verano. Cuando veníamos Javi subía a “la hesa” (Centro de día ocupacional), a él le gustaba ir y a mí por supuesto que también, ¿qué iba a hacer todo el día sentado en casa?

Mi marido y yo siempre habíamos pensado en volver a Pozoblanco cuando él se jubilara porque sabíamos que para Javi era un buen lugar para vivir y porque durante los veranos conocimos la labor de Fundación PRODE para las personas con discapacidad. Mi marido murió antes de que volviéramos, pero yo decidí seguir adelante con lo que planeábamos para Javi. Mi hija Lola, la mayor, se quedó trabajando en Barcelona, ahora la tenemos más cerca, ella vive en Madrid.

Él aquí en Pozoblanco está muy bien, ir al centro ocupacional de Fundación PRODE le ha facilitado amistades, actividades de recreo, ocupación, mejor calidad de vida.

Yo hace unos años empecé a acudir al centro de día para los mayores de PRODE, aquí en Pozoblanco, así que ambos compartimos nuestras horas en casa durante la tarde, dormimos en casa y durante las horas de la mañana cada uno estamos en nuestro sitio con nuestros amigos.

Es verdad que de familia, estamos los dos solos, pero estoy tranquila porque lo veo bien y a gusto y sé que cuando yo falte, él va a seguir estando bien con toda la familia de Fundación PRODE que está a su alrededor.

 

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