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Mi nombre es Eustaquia, un nombre no muy común ahora y que heredé de mi madrina. Intentaré resumiros mi historia porque 82 años… ¡dan para contar mucho!

Soy de Pozoblanco, pero no siempre he vivido aquí, he pasado 16 años en Alemania. Al poco tiempo de casarme, mi marido y yo nos fuimos a Alemania, a Meschede, cerca de Düsseldorf, porque él había conseguido un contrato en una empresa de allí. Tomás trabajó como soldador en las minas y yo me dediqué al cuidado de mis hijos, llegué embarazada y a los poquitos meses nació Tomás, el primero de mis tres hijos, luego nacerían, Rafael y Ángel. Cuando llegué me llamaron la atención las casas de allí, con grandes ventanales, que luego descubrí que tenían su razón en las pocas horas de luz de aquel país, pues enseguida se hacía de noche, y me gustó el detalle que tuvo la empresa de mi marido, pues preparó la casa con una cunita, ropa y las cosas que necesitaría cuando naciera mi hijo. Aquellos años, los recuerdo maravillosos, los mejores de mi vida. Nos adaptamos muy bien, aprendimos el idioma, yo si lo escucho aún sé de lo que hablan aunque en el hablar he perdido mucho. Por las tardes, como mi marido era músico, nos juntábamos con los vecinos y pasábamos buenos ratos. Enseñé español a una vecina, Erika, me acuerdo aún de ella. Además, allí también estaba mi hermano y durante nuestra vida allí coincidimos con dos o tres familias de Pozoblanco. En aquella época había muchos españoles. Mi hermano sigue viviendo allí y yo en todos estos años he ido a verlo cinco o seis veces, me gusta volver allí.

Recuerdo mis años en Alemania con emoción y siempre que lo recuerdo no puedo evitar que se me haga un nudo en la garganta recordando lo felices que fueron aquellos años, con mis hijos y mi marido, y es que mi marido murió muy joven.

Un año después de su muerte nos volvimos a España, así que imaginareis que mi vuelta fue dura y amarga. Me costó mucho salir adelante, tenía el ánimo muy bajo. Al llegar compré un piso, que con el tiempo acabé vendiendo para comprar una planta baja, que ahora que soy mayor me resulta mucho más cómoda.

Ahora, hace un año que vengo al centro de día de mayores de la Fundación PRODE, en Pozoblanco, pero mi relación con PRODE es mucho más antigua. Siempre agradeceré que entrara en mi vida y yo en la suya pues el empezar a trabajar en su cocina, en aquel tiempo en el que era una asociación chiquita en una casa de la calle El Toro, me devolvió las ganas de luchar y se convirtió en el aliciente de cada mañana para empezar un nuevo día, pues mis hijos se hacían mayores y empezaban a volar. De lo que cocinaba, lo que más le gustaba a los muchachos eran las migas y el pollo asado.

PRODE ha cambiado, no en su esencia, pero si en su alcance y en su tamaño, ha crecido mucho en todos los sentidos, desde aquellos tiempos. No digo que antes fuera mejor, pero todos nos conocíamos y todos éramos como una familia, los llevo en el corazón. Ahora dicen las chicas del centro que ese sentimiento está, pero yo les digo que tienen que reconocer que no se conocen entre ellos lo que nos conocíamos antes, ¡son muchísimos! Estuve 25 o 26 años trabajando en esta casa y el día que me jubilé, con 72 años, lloré mucho, porque yo no quería. Recuerdo con emoción la sorpresa que me dieron mis compañeros, yo fui al restaurante de los Godos esperando encontrarme con mis hijos para “celebrar” mi jubilación y me encontré con todos mis compañeros, es un recuerdo muy bonito.

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