Nací en Añora, en el seno de una humilde familia en 1952. Mi niñez fue pobre pero feliz. Fui a la escuela, pero antes no era como ahora. No había distintos cursos por edades, todos íbamos a la misma clase. Un maestro tenía 20 o 30 niños cada año. Cuando terminaba el curso y se iban unos pocos, entraban otros tantos en su lugar.
En aquel entonces los maestros eran muy respetados, lo mismo por los alumnos que por los padres. En mi opinión, hoy en día lo que se ha ganado con los mejores estudios se ha perdido con la educación a los niños. No hay respeto hacia los mayores. Antes, cualquier mayor te mandaba algo y se hacía sin rechistar. Ahora, algunos, además de no hacerlo llegan al insulto.
Dejando mi infancia atrás, pasé a comenzar mi vida laboral. Con 14 años fui a la sierra con mi padre y mi hermano mayor. Allí fui cestero, me dedicaba a portear las aceitunas que cogían las mujeres para llevarlas a la criba a limpiarlas y echarlas en los sacos.
Mi vida ha sido bastante nómada. Me fui solo a trabajar a Cataluña. El primer año estuve de camarero en los hoteles.
Después, trabajé en las vías del tren, que en aquellos entonces se estaban reformando. La vida allí era dura. Había barracones en las estaciones en los que vivían hacinados de 80 a 100 personas. Como todos no cogíamos allí otros vivían en los vagones en desuso que había en las vías muertas. Yo estuve en uno de estos vagones, convivíamos de 6 a 8 personas. No teníamos servicios ni cocina, había que buscarse la vida. Para cocinar nos juntábamos y hacíamos fuego con las traviesas de las vías al aire libre. Las traviesas estaban impregnadas con alquitrán para que no se pudriesen, imaginaros el humo que echaban cuando hacíamos la comida… Allí se aseaba cada uno como podía y lavaba la ropa en las acequias que tenían los payeses. El verano era más llevadero, pero el invierno era muy penoso, el frío, la lluvia… Me alegro de que ahora los tiempos hayan cambiado para mejor.
Con 20 años me pilló la mili. La hice en la legión, en Melilla, durante un año y medio. Ojalá la siguieran haciendo hoy en día, así algunos sabrían lo que es disciplina.
Tras la mili estuve en Tarragona trabajando en un camping. Estando allí me casé con mi mujer. Pasamos unos años muy felices por aquellas tierras, donde nació mi primera hija.
En 1982 nos vinimos a casa de mis suegros, dónde nació mi segunda hija. Aquí, en el norte de Córdoba, comencé a tener unas vacas, empecé por pocas, pero después me asocié con mi cuñado y al cabo de unos años teníamos unas 100. Cuando mejor estábamos a mí me entró una enfermedad que me complicó la vida, artritis reumatoide degenerativa. Poco a poco me dejó que no podía hacer casi nada, ni mantener un vaso de agua entre las manos.
Llegó un momento en que tuvimos que vender las vacas y para no estar todo el día en casa, mi cuñado me propuso echar unas 300 ovejas. Como él estaba bien, se hacía cargo de la mayor parte del trabajo. Después, poco a poco, con las medicinas y el empeño de no rendirme, fui mejorando y me puse bastante bien.
Ya que me encontraba yo medio regular, vino un tropezón. Mi mujer sufrió un ICTUS en el 2011, fue más leve de lo que en un principio pensábamos y no le quedaron apenas secuelas. Fueron buenos años a partir de aquello, porque a raíz de eso yo le ayudaba más, sobre todo a hacer la comida, y eso hizo que estuviésemos más unidos que nunca.
4 años después le repitió el ICTUS, pero esta vez fue hemorrágico y muy fuerte. La mandaron a Córdoba prácticamente muerta, allí los médicos no nos daban ninguna esperanza. Tras 15 días en coma, empezó a responder. Esta vez sí hubo secuelas. Desde entonces es dependiente, estoy con ella las 24 horas del día. No puede caminar sola, le afectó al habla, al equilibrio además de una hemiplejia derecha.
Dentro de lo malo hemos tenido suerte, puedo seguir disfrutando de su compañía y tenemos unas mentes fuertes, no nos hemos venido abajo y ninguno de los dos hemos caído en una depresión.
Hoy día lo llevamos bien dentro de lo que cabe. Tuve el acierto de llevarla al centro de día de PRODE. Primero al de Hinojosa del Duque, allí estuvimos unos 8 meses. Estábamos muy bien pero abrieron el de Dos Torres y por cercanía nos vinimos, y aquí seguimos.
Al igual que en el de Hinojosa se está muy a gusto, aquí tratamos de ayudarnos los unos a los otros. Como el resto del mundo tenemos días mejores y peores, pero si viene alguien deprimido, entre todos tratamos de levantarle el ánimo y, al final, como hay buen ambiente lo conseguimos.
Yo, personalmente, también estoy bien y agradecido. Aquí hay un patio y me dejan sembrar un poquito huerto. Me gusta mucho. En verano siembro sandías y tomates para comérnoslos en aperitivos. En invierno tocan zanahorias negras y rábanos para engañar la comida de mediodía.
Ahí les dejo un pequeño resumen de mi vida, les ruego me perdonen si les he cansado por extenderme demasiado, pero para uno, resumir toda una vida en palabras siempre se queda corto.