Me llamo María Jiménez, mi historia desde que tengo uso de razón, está llena de sentimiento de ser cuidada, protegida y envuelta de mucho amor. No existe vida sin dificultad, ni existe vida sin un instante de felicidad.
Vivo en Santa Eufemia, lugar donde nací en 1930, soy la pequeñas y única niña de 5 hermano, crecimos muy felices a pesar de las dificultades de aquellos años. Mi padre fue peón caminero, vivimos en las casetas que habilitaban para ellos, pasaba temporadas fuera de casa y a pie arreglaban los caminos, cunetas, y carreteras, a pesar de que no había muchos coches.
A medida que fuimos creciendo, ya jovencitos, mi familia y yo fuimos a recolectar uvas, naranjas entre ciudades de España y Francia y, las aceitunas de nuestra Sierra Morena, gracias a este trabajo conozco un poquito mundo, y también nos proporcionó vivir de una manera estable económicamente.
Se seguían tradiciones y costumbres que veo como ahora se van perdiendo, y otras van cambiando. Lo que se ganaba, se entregaba en casa, de ahí salía para comprar el ajuar que junto con mi madre fui comprándome para cuando llegara el día de casarme.
Viví la inmigración de varios de mis hermanos, ellos buscaban mejor calidad en su vida y se fueron a Asturias y Barcelona, su ida nos hico sentir un gran vacío ya que estábamos muy unidos. Muy jovencita a los 16 años conocí al que fue mi marido, no tuve mucho que buscar ni andar porque vivía frente a mi casa, pronto nos hicimos novios y nos casamos.
El día de mi boda, fue un gran día, la recuerdo con añoranza y alegría. Fue sencilla con pocos posibles pero cargada de ilusión y llena de amor.De nuestro matrimonio tuvimos una hija y un hijo, ellos han sido nuestra ilusión y desvelo como para todos los padres.
Nuestra vida fluía con naturalidad y felicidad, hasta que un día nos llega la noticia de que mi hijo a los 16 años había sufrido un accidente de moto, nuestras vidas cambiaron, su recuperación fue muy larga pero afortunadamente a pesar de las dificultades, esta entre nosotros, tiene una discapacidad, pero es luchador y constante, cuando pudo continuó con sus estudios y trabaja en el hospital de Pozoblanco como celador.
Mi memoria va fallando pero lo que nunca olvido y si percibo, es lo feliz que he sido y es gracias al amor que he recibido de todas las personas que han pasando por mi vida.
Desde hace muchos años el Servicio de Ayuda a Domicilio de Fundación PRODE esta entre nosotros, antes con mi marido y ahora lo recibo yo, estamos encantados, para mi familia es respiro y tranquilidad, yo deseo ansiosa que llegue la hora hacer las tareas que me tocan, salir a pasear, hacer ejercicios de memoria entre otras, nos da confianza y disfruto de una vida digna haciendo que me sienta especial y valorada.