Isabel vive en la residencia de Fundación PRODE desde enero de 2014, se trasladó desde su domicilio en Córdoba capital hasta el nuestro centro porque necesitaba apoyo para las actividades básicas de la vida diaria, ya que en aquel momento se encontraba convaleciente de una intervención quirúrgica, y aunque su recuperación fue rápida, decidió quedarse a vivir con nosotros ya que, según manifiesta,  ”aquí se siente muy querida y ella nos quiere mucho a todos”.

Isabel nos cuenta en primera persona su historia de amor que es más que de película y que disfrutamos de su propia voz:

Conocí a mi primer novio cuando este arreglaba una luz en una casa del pueblo. Ese día paseaba yo con mis amigas por la calle con mi bicicleta y él, al oír la algarabía, salió a la puerta y me vio. Aunque ya ahí nos gustamos, no fue hasta que él habló con una vecina mía, interesándose por mí, cuando nosotros comenzamos una conversación.

En nuestra primera cita, con mis hermanas de carabina, recuerdo que Rafael me regaló una maceta y una cafetera y en ese momento comenzamos a salir juntos (empezamos a “hablar” como nosotros decíamos).

Pronto llegó el momento de tallarse para irse a la mili, así que tuvo que irse dos años a su destino. Durante la época de la mili nos escribíamos todas las semanas y así fue pasando el tiempo, aunque se hizo muy largo. Al volver se encontró que no tenía trabajo y que en su casa no tenían para comer toda la familia, así que con mucho dolor nos separamos para que él emigrara a Barcelona a trabajar y ganar dinero para tener una vida mejor juntos.

Pero pasaron los meses y la vida se fue complicando. Ya cada vez las cartas tardaban más y cada vez yo encontraba más lejano a Rafael, hasta que un día me confesó que, cosas de la vida, había conocido a una mujer que trabajaba en la misma fábrica donde se había empleado él y que la había dejado embarazada. Él me quería a mí pero no podía desatender esa situación, incluso pidió consejo a un cura con el que tenía confianza y  le dijo que debía quedarse con la familia que iba a formar. Yo me quedé muy dolida y estuve varios años soltera.

Pasados algunos años, él reapareció por el pueblo varias veces, pero yo tomé la decisión de no salir o salir menos para no encontrármelo por las calles, ya que yo sabía que él preguntaba por mi e investigaba, pero un día tuve que ir a la plaza del mercado y por casualidades de la vida me lo encontré al lado del pescado. En este momento comenzamos a hablar los días que él estuvo en el pueblo y desde ahí, empezaron las cartas y las llamadas, que ya no hemos dejado nunca.

Él quedó viudo siendo joven y aún estando yo con mi marido, Rafael me pedía que volviese con él y dejase mi familia (llamaba y carteaba como si yo estuviese soltera).

Cuando falleció mi marido y yo caí mala, me vine a la residencia. Aún seguíamos carteándonos y llamándonos, hasta que un día Rafael me dijo que había decidido venir a vivir aquí conmigo. Las niñas de la residencia me estaban preparando una habitación donde pudiéramos estar los dos juntos, como un matrimonio y los dos teníamos muchas ganas de vernos.

Cuando llegó el día, yo estaba nerviosita. Él venía con sus dos hijas, y yo lo estaba esperando con todos los trabajadores de la residencia, que estaban alrededor mía para que yo estuviera bien y lo recibiera tranquila.

Fue muy bonito, y hemos vivido un tiempo precioso juntos, recordando, saliendo a pasear, hablando de nuestras cosas…Recientemente, él ha enfermado y tanto él como sus hijas, han decidido el traslado a Barcelona para estar más cerca de la familia si empeorara.

A día de hoy nos seguimos hablando todos los días por teléfono.

Yo he estado muy bien los casi 68 años que he estado con mi marido y no me ha faltado de nada ni le he tenido que dar explicaciones de nada,  pero durante todo este tiempo yo siempre me he acordado de Rafael y a él le ha pasado lo mismo conmigo. Nos queremos mucho y este tiempo que hemos pasado juntos ya a estas alturas de la vida, nos ha llenado de ilusión y de bienestar. Hemos cerrado esa herida y hemos sido felices.

Y nuestra Isabel acaba su historia, regalándonos esta moraleja: “Los rencores y reproches sólo sirven para amargarse la vida. Vida sólo tenemos una y hay que procurar vivirla a gusto”.

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