Cuando se constituye una organización es para cumplir un fin concreto. Dependiendo de la complejidad de los objetivos a conseguir se requerirá más o menos capacidad para organizarse. Si hablamos de conseguir metas con alto grado de dificultad, es necesario planificar el trabajo a desarrollar para alcanzar el propósito deseado. Eso es un plan estratégico: programar a medio y largo plazo las actuaciones necesarias para conseguir lo que deseamos. “Si no sabemos a dónde vamos, es probable que no lleguemos a ninguna parte”.
Ante la planificación, un aspecto determinante a tener en cuenta es aclarar las ideas. Por un lado, el día a día nos impide a menudo tener un análisis adecuado que nos permita afrontar el futuro con garantía. Si a esto le unimos los cambios tan rápidos a los que nos vemos sujetos como consecuencia de la globalidad, la tecnología y el avance del conocimiento, se hace necesario hacer un alto en el camino para examinarnos sobre todo aquello que debemos recoger en nuestra planificación: ¿Cuál es nuestra razón de ser? ¿A dónde deseamos ir? ¿Qué hacemos bien? ¿Qué deseamos hacer? ¿Cómo llegamos a ese futuro?
El mayor valor que tienen las organizaciones son las personas. Una de las principales características que debe tener un buen plan estratégico es el fomento de la vinculación entre todos sus componentes, indistintamente de la responsabilidad de cada uno de sus miembros. Hablamos del compromiso de todos sus integrantes. Y para que este sea una realidad es necesario que la elaboración de ese plan constituya un trabajo compartido y consensuado por toda la organización. Es la forma de descubrir lo mejor de cada uno para ponerlo a disposición del interés del proyecto.
Si bien es necesaria la participación de absolutamente todos los integrantes de una organización para recoger la riqueza de su capital humano a través de opiniones, información, inquietudes, ideas y conocimiento, también es necesario un reducido grupo redactor que recopile esa información, la sistematice y la presente de forma ordenada, según una estructura que desemboque en un plan operativo concreto, redacción que debe ser revisada de nuevo por los participantes. Se ha de ser dinámicos y cada cual aportar lo mejor de sí mismo.
Y no queda aquí el trabajo a desarrollar. Es imprescindible que si hemos requerido el esfuerzo de todos los integrantes de la organización en la elaboración del trabajo, una vez concluido sea comunicado y explicado con detalle a todos los niveles de la entidad. Igualmente es necesaria la coherencia y profesionalidad en el despliegue del trabajo planificado, de no ser así, quizá por el camino se vayan quedando esfuerzos sin resultados y lo que es peor, brote la desilusión, la apatía y el desencanto.
Podemos obtener el apoyo de los mejores consultores, confeccionar una programación admirable, redactar un proyecto ejemplar y elaborar un plan estratégico extraordinario, pero si no conseguimos el consenso, la participación, el compromiso y el protagonismo de todas las partes integrantes de la organización, difícilmente se conseguirán los objetivos propuestos, y estaremos desaprovechando la mayor fortaleza que tiene toda organización: las personas.
Cada organización configura una relación con sus elementos internos (y externos) que generan costumbres y creencias que no son las mejores, difíciles de desmontar. Es fácil entrar en el automatismo y la comodidad generando hábitos que evitan nuevas oportunidades. Hemos de generar el cambio poniendo en valor las capacidades de las personas. En un equipo, todos los componentes son iguales de necesarios y todos deben participar en la estrategia corporativa. Para conseguir este objetivo la transparencia es un elemento imprescindible.
Si deseamos elaborar y desplegar un buen plan estratégico, la organización debe tener la capacidad de integrar e ilusionar a las personas en torno a un proyecto colectivo, mediante una comunicación efectiva, sincera, honesta y bidireccional.