Me llamo Antonia Herrera López, tengo 90 años. Estoy empezando a tener pérdidas de memoria, soy consciente de ello por lo que pongo muy triste y es muy duro para mí. Hasta ahora he sido una mujer moderna, tengo mi móvil y manejo muy bien el WhatsApp.

Me cuesta acordarme de las cosas recientes, sin embargo, os puedo contar todo lo de antes.

Vivía con mis padres y mis cuatro hermanos en Alcolea. Mi padre, se dedicaba a vender vino de Villaviciosa. Cuando estalló la guerra la zona de Villaviciosa pasó a pertenecer al bando republicano y la zona de Alcolea al nacional. Eso hizo que el negocio de mi padre se viniese abajo. Él decía que no lo quería abandonar, que iban a ser cuatro días… pero no fueron cuatro días, si no tres años de lucha entre hermanos.

En nuestra zona, los nacionales les dieron camisas azules a todos los hombres del pueblo y, cada noche, uno tenía que ponerse de guardia en el puente de Alcolea con un fusil para evitar que entrasen del otro bando. Entre ellos también estaba mi padre, a él le daba mucho coraje y decía “tener que hacer yo esto”.

Recuerdo una noche en la que estaba uno de los hombres haciendo guardia. Vio venir un carro y pensó que eran los “enemigos”, se asustó y empezó a tiros. El carro pertenecía al hombre de la leche, que la llevaba para Córdoba esa noche, el pobre murió a consecuencia de los disparos. Todo esto armó un gran revuelo en el pueblo, los vecinos de Alcolea se asustaron mucho y pensaron que era el ejército. La mayoría cogieron sus cosas y se fueron a la sierra. Esa noche mi hermana mayor estaba mala con calentura de Malta. A pesar de ello, mi padre fue a por sus mulas, las aparejó con serones donde nos metió a cada una de las hermanas pequeñas, y la mayor, enferma, la montó en la mula. En la otra mula iba mi padre y mi madre con las cosas imprescindibles. A poco más de 1km, pasamos por la finca de un conocido de mi padre, eran los dos paisanos de Fernan Nuñez, y nos dijo el hombre que dónde íbamos en esas condiciones, nos ofreció posada al menos hasta que amaneciese. Permanecimos en la finca 10 días ya que al décimo se empezó a rumorear que por Alcolea habían pasado los soldados y con las culatas de las armas habían roto las puertas y habían desbalijado las casas del pueblo. Al escuchar eso mi padre decidió volver y ver si nuestra casa también era una de las saqueadas. Al llegar vimos que no había sufrido daños así que nos quedamos allí, donde finalmente pasamos la guerra.

Tras ver que la situación se alargaba mi padre tuvo que cambiar de trabajo. Se fue a una finca a cuidar mulos por la noche, tenía que dormir junto con ellos.

Mi madre trabajaba en el campo en todo aquello que le salía. Recuerdo un día, tendría yo unos 9 años, que iba con una mujer mayor a llevarle la comida a mi madre, que estaba cogiendo aceitunas. Por el camino pasaron los aviones, tiraron bombas al otro lado del río que cayeron en los cables de la luz, tal fue el estallido que tiramos la comida y nos fuimos corriendo.

Así fuimos pasando los años de guerra, dentro de lo que cabe tuvimos suerte ya que nunca estuvimos en primera línea de fuego. Cuando se acabó el conflicto, vinieron los años de postguerra, los años del hambre como se les conoce. La pobreza que deja tras de sí una guerra es casi tan mala como la misma guerra. Aquellos fueron años de calamidades, apenas había comida, teníamos incluso el pan racionado.

Mi madre siguió trabajando en el campo, cuando yo tenía 12 años tuvo un bebé. Yo le llevaba a mi hermano cada día al campo para que le diese el pecho. Mientras ella se lo daba yo hacía el trabajo de mi madre. Cuando el hijo del dueño vio que lo hacía tan bien como ella me dijo que me fuese a trabajar y mi madre se quedase en casa, y así empecé.

En el campo he trabajado haciendo todo aquello que salía, desde sembrar y coger cebollas, hasta coger algodón. Antiguamente el algodón se cogía a mano, nos poníamos un saco atado con una cuerda a la espalda y allí íbamos echándolo de las matas.

Nunca fui a la escuela, en Alcolea era sólo para los señoritos. Lo que aprendí a leer y escribir me lo enseñó un hombre que iba de casa en casa.

Mi padre, a consecuencia de dormir donde las mulas, cogió asma y pronto se le agravó el estado de salud muriendo joven. Cuando él falleció me fui a vivir con mi tío. Allí conocí al que iba a ser mi futuro marido. Era familia de mi tía e iba muchos días en bicicleta a visitar a su abuela que estaba enferma, así nos fuimos conociendo hasta enamorarnos.

Con él he tenido a mis 3 hijas y aunque hemos trabajado mucho, hemos sido muy felices.

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